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A propósito del 8 de marzo

2019-03-08

Marga Sáenz, vocal de la Comisión Ejecutiva de la Sociedad Española de Psiquiatría, analiza en este artículo la influencia que la perspectiva de género tiene en el entendimiento de los patrones de salud y enfermedad de la población.

A propósito del 8 de marzo

Las mujeres han permanecido invisibles como seres diferentes en la biología y en la psicología. Es por ello que en las investigaciones sobre salud, sobre patologías o sobre fármacos no se han incluido qué influencias tienen la cultura, las relaciones de poder y los estereotipos de género en la salud; tampoco las causas de enfermar ni la violencia de género que, ampliamente extendida en las capas más profundas de la sociedad, está produciendo graves consecuencias sobre la salud psicológica y física; ni el impacto que tiene en la salud el papel de cuidadoras que han mantenido las mujeres en un formato socialmente determinado.

Otro problema que sesga en las investigaciones de salud pública es, precisamente, no incluir preguntas sobre cuestiones relacionadas con las condiciones de vida y de trabajo de las mujeres ni las diferencias sobre la sobrecarga diaria, la doble jornada y las tareas que realizan en el ámbito doméstico.

 

Diferencias en la socialización de los sexos

La perspectiva de género en salud implica la consideración de las diferencias en la socialización de ambos sexos para el entendimiento de los patrones de salud y enfermedad de la población. Lograr la equidad de género significa en Salud Pública lograr la ausencia de diferencias innecesarias, evitables e injustas entre mujeres y hombres.

Los trastornos mentales se asocian a un grado significativo de discapacidad. La depresión, la patología más prevalente entre las mujeres, es la segunda causa de discapacidad en la estimación para el año 2020 y la primera para las mujeres según datos de la Organización Mundial de la Salud. Por otro lado, el consumo de psicofármacos es significativamente mayor en mujeres que en hombres y este hecho se mantiene en todos los grupos de edad e, incluso, el consumo es mayor en mujeres en ausencia de diagnóstico psiquiátrico.

El incremento de la morbilidad psiquiátrica en mujeres casadas de mediana edad con hijos menores, en comparación con las solteras, es un hecho frecuentemente observado. Y es que las mujeres recurren a los psicofármacos para continuar con las demandas personales en la esfera privada. El papel que el trabajo desempeña en el bienestar psicológico de las mujeres es complejo y depende de una amplia serie de variables ligadas a la naturaleza de éste, su valoración social y las posibilidades que ofrece en su proceso de desarrollo personal. Todo ello apunta a que los factores sociales y estructurales son clave para explicar las diferencias en la frecuencia y distribución de la depresión entre hombres y mujeres.

Las diferencias de género son más marcadas en las situaciones de sobrecarga crónica, entre ellos la soledad, la pobreza, los embarazos y la crianza, la prestación de cuidados o la falta de apoyo, así como el abuso por parte de la familia, la violencia doméstica y las agresiones sexuales.

En nuestro medio, la mayoría de las personas que cuidan a un familiar con un trastorno mental grave son mujeres. Este tipo de relaciones incluye a menudo una relación emocional además de la personal, médica y doméstica. Es frecuente que experimenten altos niveles de ansiedad y tristeza, tengan redes sociales reducidas, con problemas de aislamiento y estigma. La evaluación de la carga que supone la prestación de cuidados y la repercusión en la salud mental de las mujeres es un aspecto que los servicios de salud mental no pueden seguir ignorando, siendo necesario un mayor apoyo institucional, la búsqueda de alternativas y de formas más equitativas de reparto de carga. Muchas campañas de promoción de la salud son poco sensibles al género, reforzando el rol de cuidadora y olvidando el bienestar de la propia mujer.

El género es una variable significativa en el desarrollo, diagnóstico y tratamiento de los trastornos mentales, que no suele estar conceptualizado en teorías para explicar la enfermedad mental. Las diferencias en las tasas y en la distribución de las enfermedades mentales son tan llamativas que cualquier teoría propuesta debería tenerlo presente.

 

Perspectiva de género en Salud Pública

La aplicación de la perspectiva de género en la investigación en Salud Pública es un fenómeno reciente. Es a mediados del siglo XX cuando se escribe por primera vez sobre la construcción social del género y no aparece este término en las revistas biomédicas o de Salud Pública hasta los años 70. Los profesionales sanitarios diagnostican y tratan según el entrenamiento recibido y la información de la que disponen. En biomedicina y epidemiologia, la diferenciación entre sexo y género es difícil y a veces confusa, incluso llegando a utilizarse género cuando simplemente se desagregan los datos por sexo, o incluso considerando ambos términos como sinónimos y, por tanto, intercambiables.

Existe un error sistemático relacionado con la insensibilidad de género, al constructo social que pone de manifiesto las convenciones culturales, los roles y los comportamientos sociales que diferencian a las mujeres y los hombres y, por tanto, intenta diferenciar el sexo biológico de la forma en que la sociedad construye el «ser hombre» o «ser mujer».

El género como categoría analítica permite aprender, indagar e interpretar las diferencias y desigualdades entre mujeres y hombres dentro de sus contextos sociales, económicos, culturales e históricos específicos. La ciencia androcéntrica surge de la experiencia social masculina. Por tanto, sus aplicaciones y tecnologías, sus formas en definir los problemas de investigación y de diseñar experimentos, sus modos de construir y conferir significados son sexistas. El fin del androcentrismo requiere transformaciones en los significados y prácticas culturales de la investigación. Se plantea el feminismo como un factor de corrección de las teorías ya establecidas.

 

Estrategia de resistencia

Es necesario desarrollar una triple estrategia de resistencia. Por una parte, hacer una crítica cotidiana y manifiesta en la atención primaria, en los centros de especialidades y en los hospitales, tanto en relación con el trato recibido y las violencias de las que se es objeto en muchas ocasiones en las consultas médicas como en relación a los sesgos de género que son fuente de discriminaciones.

Por otra parte, la formación de médicas feministas, es decir, médicas que no tomen la medicina que se aprende como una verdad incuestionable sino como una pregunta abierta sobre las condiciones de posibilidad que se encuentran a la base de sus hipótesis y por la posibilidad, al mismo tiempo, de construir y poner en marcha otra medicina. Se trataría de unir la formación con la reflexión. Esta otra medicina incluiría la transformación de la mirada que divide el cuerpo humano en compartimentos estancos, inconexos entre si?, la preocupación por la infravaloración de las dolencias de las mujeres y el desconocimiento del sistema endocrino; y la puesta en marcha de una práctica de transformación de la relación con el paciente, activando la escucha como parte del proceso de cura y la consideración del paciente como sujeto activo de su enfermedad y como especialista de su propio cuerpo.

La Igualdad es buena para las mujeres y es buena para los hombres, porque la Igualdad significa convivir en paz y bajo el respeto a los Derechos Humanos. Podríamos dar muchos ejemplos de cómo la desigualdad afecta de forma negativa a los hombres (violencia entre ellos, accidentes, descuido de la salud, suicidios...) y de cómo los aleja del afecto, los sentimientos y el cuidado; pero todo ello no sería la razón fundamental para que se alejaran de los abusos de la desigualdad, solo algunas de sus consecuencias.

La razón fundamental debe ser la justicia social. Como apuntan en el número de febrero de Lancet, el feminismo es para todo el mundo…

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